Límites
razonables del juego y la fantasía
Con tres años, nuestro hijo sabe
comunicarse verbalmente...y jugar, sobre todo jugar, usando una desbordante
fantasía que, con el paso de los años, se transformará en imaginación y
creatividad, tan necesarias para un mundo en constante transformación.
En sus juegos, refleja los modos en que nosotros nos relacionamos, haciendo hablar a los muñecos o teatralizando escenas inventadas. Siempre que estén dentro de los límites que dicta el sentido común, deberemos permitir que recree de este modo nuestro mundo. Si no lo hacemos, estaremos malcriando a niños que se transformarán en adultos inhibidos e inseguros.
Acostumbrarles, por otra parte, desde muy pequeños a hacer una cosa cada vez -comer tranquilamente y .ver la tele sin comer, por poner dos ejemplos cotidianos- también nos evitará tener que frustrarles a cada momento.
En sus juegos, refleja los modos en que nosotros nos relacionamos, haciendo hablar a los muñecos o teatralizando escenas inventadas. Siempre que estén dentro de los límites que dicta el sentido común, deberemos permitir que recree de este modo nuestro mundo. Si no lo hacemos, estaremos malcriando a niños que se transformarán en adultos inhibidos e inseguros.
Acostumbrarles, por otra parte, desde muy pequeños a hacer una cosa cada vez -comer tranquilamente y .ver la tele sin comer, por poner dos ejemplos cotidianos- también nos evitará tener que frustrarles a cada momento.
¿Qué se preguntan a los 4 años?
Cuando nuestro hijo cumple
los cuatro años, su incesante capacidad de interrogarse por todo lo que pasa
por su inquieta mente nos obliga a prepararnos para responderle correctamente.
Tenemos que adecuar las respuestas y frustraciones a sus necesidades y posibilidades
de comprender y de comunicarse. Es más importante permitirle confiar en que encontrará
respuestas a sus preguntas que ignorarlas o incluso enfadarnos
por su aparente inoportunidad. Así, si nos pregunta por las partes del cuerpo
más íntimas, convendrá contestarle honestamente, llamándolas por su nombre
correcto. Eso sí, es hora de que el niño realice avances por sí solo, aunque con nuestra supervisión. Rara vez hará falta estar encima de él, pues ya se encargará de que cumplamos con tal faceta. Sólo debemos evitar dos cosas: descalificarle en modo alguno cuando cometa errores y asumir la iniciativa o hacer incluso nosotros mismos sus tareas. Con esto lograremos que tenga autoestima y sea tolerante con los errores, además de fomentar su autonomía y seguridad en sus propias capacidades.
Pablo y Patricia: frustración con estilo
En general, el estilo
educativo más adecuado es el “democrático”, es decir, afectuoso, interesado por
los asuntos de nuestro hijo, exigente en el respeto a las normas de convivencia
y desempeño, rara vez castigador, favorecedor de la autonomía personal sin
transgredir las reglas, tratando al pequeño como interlocutor y no como
subordinado en los temas que le incumben, con una actitud abierta, receptiva,
comprensiva y de aceptación incondicional. * Pablo es un niño de cuatro años que quiere que su papá le haga todos los dibujos para colorearlos él. Su papá decide, con buen criterio, ofrecerle la posibilidad de hacerle un dibujo por cada uno que haga él solo. Días después, le ofrece colorearle alguno y, más tarde, le pide que por favor le haga un dibujo coloreado para enmarcarlo y adornar una habitación.
Este es un ejemplo en el que se usa la frustración de un deseo para facilitar el desarrollo autónomo del niño, y que, por cierto, funcionó.
* Patricia, sin embargo, tiene cinco años y dibuja como Picasso, lo que le ha hecho creer que todo dibujo que se haga en casa ha de llevar, al menos, su “cotizada” firma. Para ello, pretende completar los dibujos de su hermano Pablo, a quien le viene bien la confianza de Patricia. Nuevamente interviene el padre, invitando
a Pablo a terminar su dibujo y a Patricia a enseñarle a su hermano a escribir su primer apellido junto a su propio nombre, que deberá escribir él mismo en un ángulo de la hoja. Así, todos contentos.
La riqueza de los cinco años
Y es que el niño de cinco
años de edad es ya muy capaz, pero apenas está con sus padres, de quienes
demanda cariño, escucha, comunicación y juegos compartidos. En este caso, suele
sufrir una frustración muy poco
edificante. La solución, reconstruir la escala de valores: después del mínimo
imprescindible para subsistir, apagar el móvil y... ¡a jugar con él! Ningún
lujo compensa la falta de tiempo dedicado (con calidad) a los hijos. Ellos están antes y mamá no basta. Además,
privarles de nuestra compañía no es manera alguna de frustrarles bien ni de
quererles correctamente. Ponerles límites a posibles excesos o insuficiencias
resulta más educativo, así como involucramos en sus intereses en la medida en
que veamos que nos necesitan, procurando dejarles siempre la oportunidad de
aprender equivocándose y elogiando lo que aprenden de sus errores.
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