lunes, 30 de mayo de 2016

El Estrés, 2ª parte


El organismo se siente amenazado por una presión que puede desequilibrarlo o se enfrenta a una situación de emergencia
El Síndrome General de Adaptación (S.G.A.)
   El S.G.A. consiste en un conjunto de reacciones fisiológicas coordinadas con las que el organismo responde ante cualquier agente procedente del exterior que resulte estresante, actuando como protector y preparándole para la actuación. Estas reacciones ayudan al individuo a enfrentarse a situaciones de emergencia según tres parámetros:
• Propician la utilización de una mayor fuerza durante períodos cortos. Por ejemplo, permiten que una persona pueda cargar con un mueble pesado cuando se está incendiando su casa.
• Estimulan una actividad sostenida durante un período mas largo de lo que ordinariamente es posible. Es el caso, por ejemplo, de una persona que puede correr sin síntomas de fatiga o a mayor velocidad de lo normal cuando es perseguida por un ladrón.
• Reducen la sensibilidad al dolor.


Fases del S.G.A.
   El Síndrome General de Adaptación se compone de tres fases (alarma, adaptación y agotamiento).

Fase de shock o alarma
   En el proceso de establecimiento del estrés hay una primera fase de shock o de alarma, en la cual se produce el enfrentamiento de la persona con la causa estresante. Ésta puede ser única y fácilmente detectable (por ejemplo, la enfermedad de un ser querido rompe el equilibrio de la vida habitual, introduce un factor de angustia nuevo y exige una dedicación personal intensa) o plural y polimorfa (la progresiva complicación del trabajo encomendado, las múltiples angustias que de él se desprenden y el progresivo empeoramiento de la situación con el paso del tiempo).
   Cuando un individuo está sometido a esta fase del shock, pasa por un período en el cual no ve que las situaciones que le rodean le afectan en alto grado, sino que las vive simplemente como conflictos que ha de superar. Sin embargo, llega un momento en el que la persona se da cuenta de que la situación le supera, que sus fuerzas ante la agresión se debilitan, y toma conciencia de la presencia del estrés.
   De todas formas, algunas personas no reconocen que padecen estrés, y en consecuencia no aceptan ayuda, pues sienten y creen que nadie puede entender lo que les pasa.
En la fase de alarma se movilizan las defensas del organismo y se pone en marcha el eje hormonal hipotálamo hipófisis-suprarrenal. Entre los síntomas destacados de esta fase se detecta nerviosismo, irritabilidad, cambios de humores repentinos e imprevistos, impaciencia e insatisfacción personal. La persona tiende a encontrar mal todo lo que hacen sus colaboradores, critica indiscriminadamente a la gente con la que vive y tiene una actitud irascible con la sociedad (por ejemplo, conduce el coche con prisa, sin precaución o de forma agresiva).


En una primera fase de alarma, el organismo moviliza sus defensas                                                   y deja entrever unos síntomas inequívocos
 Fase de adaptación
    En esta etapa, el organismo se acopla y las hormonas liberadas (los corticoides) vuelven a la normalidad. Cuando la adaptación no se produce y el agente estresante sigue actuando, se inicia la tercera fase (de agotamiento).

   En el segundo estadio de resistencia, el individuo nota que aumenta su cansancio y disminuye su rendimiento, de modo que tiende a tomar medidas para que esto no suceda. La persona se sobrepone, piensa en organizarse de otra forma, trata de buscar horas para descansar y recurre a la farmacología (vitaminas o estimulantes) para conseguir el impulso suficiente para mantener el ritmo.
   En este contexto, la denominada fuerza de voluntad tiene un papel muy importante. Normalmente el individuo ha sido educado en la idea de que “querer es poder”, de modo que cuando ve que “puede menos” 2ende a “querer más”. Según esta premisa, la persona puede tratar de compensar el estado de fatiga con una respuesta de actividad excesiva y frenética, ya que tiene la necesidad de demostrarse que “es capaz” de hacer as cosas como antes.
   Este esfuerzo suplementario puede ser causa de una ligera recuperación, pero a corto o medio plazo acaba contribuyendo al aumento del estrés, puesto que se crea un círculo vicioso, el incremento de la fatiga lleva la persona a cometer errores más graves, que crean mayor malestar, más dificultades para conciliar el sueño y, por tanto, mayor dificultad para descansar.
   Esta fase en la que el sujeto intenta adaptarse a la situación, se realiza a costa de un gran desgaste de las reservas del organismo. El carácter se vuelve más insoportable, aparecen tics y otras manifestaciones externas de angustia (taquicardia, sudoración palmar, vértigos, mareos, pequeños problemas de tipo fóbico y obsesivo que estaban aletargados, etc.). Además, la persona adquiere lo que comúnmente se denominan manías y se obsesiona consigo mismo.
   Cuando se entra en el proceso de fatiga establecida, el estado de nerviosismo puede alternarse con fases de profundo abatimiento, de hastío y falta de ilusión. La persona se sumerge en una especie de carrera por encontrar una satisfacción y se hace firmes propósitos de cambiar, de intentar trabajar menos o tomarse la vida de otra manera, pero los compromisos que adquiere le obligan a aplazar estas decisiones positivas.
 Fase de agotamiento
   Esta fase, que a la larga podría provocar la muerte, se caracteriza porque la persona tiene una sensación de cansancio y se ve superada por la situación que padece.
   El sujeto descansa mal porque padece insomnio o duerme de forma sobresaltada, y eso motiva que por la mañana, al despertar, tenga dificultades para levantarse y ponerse en marcha. Ante esta sensación de fatiga y de falta de estímulo para cumplir con todas las obligaciones, la persona adopta posturas fóbicas o de rechazo a su trabajo y a las obligaciones que ha contraído, suele sentir la necesidad de acabar el día, desea que pasen las horas con el fin de terminar la jornada laboral y volver al hogar. Pero una vez en casa, le sucede lo mismo y es igualmente incapaz de descansar, pues no cesa de pensar en los problemas derivados de su ocupación o de la causa que provoca el estrés.


   El sujeto actúa de igual forma frente al fin de semana, los días laborables aparecen como obstáculos que hay que superar para alcanzar el viernes o el sábado, pero luego es igualmente incapaz de descansar y de abstraerse de los problemas cotidianos. Por lo general, durante el domingo por la tarde aparece la sensación de frustración, motivada tanto por la inminencia del comienzo de una nueva semana, como por la percepción de la pérdida de la oportunidad de descansar, puesto que termina el fin de semana. En esta situación, la persona aparece dominada por una sensación de prisa e impaciencia, que hace que viva con una angustia permanente.
   En esta fase domina la apatía, un estado semejante a la depresión, que se caracteriza por un desinterés generalizado y una falta de control sobre las emociones, que se inhiben. Estos parámetros se traducen en estados de agitación o de pasividad, con una sensación añadida de enfermedad e insomnio cada vez más pertinaz. Es en este momento cuando aparece el desánimo, la falta de ilusión y en especial el deseo de huida, que se mantiene como una expectativa tan deseada como inalcanzable.
   Otros signos de fatiga son la gran dificultad para realizar pequeños esfuerzos físicos (subir un primer piso por la escalera) y una fuerte sensación de incapacidad para resolver problemas nuevos. Cualquier situación produce mucha angustia e incomoda, por lo que la persona trata de alejarse de toda circunstancia novedosa.

 

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