martes, 20 de septiembre de 2016

Educar frustrando......a los Niños, con todo el cuidado, 1ª parte


El uso correcto de la frustración en los primeros años de educación del niño tiene efectos positivos en distintos aspectos de su personalidad y desarrollo social.                                                                                                 Es una parte relevante de nuestra función educativa y un recurso importante a la hora de prepararles para enfrentarse a un mundo que les limitará más de un deseo y de una expectativa.
   Todos sabemos lo que un niño puede experimentar cuando le negamos un capricho a destiempo, peligroso o
imposible de satisfacer. Es una mezcla de rabia e impotencia no exenta de una cierta tendencia agresiva a la que, cuando el deseo es imposible de cumplir, denominamos “frustración”. Ésta se produce, aunque sea vano decirlo, a todas las edades, probablemente, desde los primeros días de existencia, aunque resulta más fácil identificarla cuando la comunicación -con la aparición del lenguaje- se hace más rica y compartida, además de comprensible


 Las múltiples caras de la frustración
   A las frustraciones naturales de cada edad, los padres debemos sumarles en el que podríamos llamar el “trabajo sucio” de la labor parental, aquéllas que también convengan para la construcción adecuada de su carácter. A este tipo de frustraciones las hemos llamado programadas, pues tenemos siempre la posibilidad de prepararlas en términos generales y según la edad del niño. Así, no es lo mismo, por ejemplo, obligar a un bebé a permanecer sentado en su sitio que a un niño de cinco años.
   Desde que nacen, los niños tienen una serie de necesidades esenciales de todo tipo que deben ser correctamente satisfechas por sus progenitores: la comida, el sueño, la proximidad, el trato comunicativo, el cariño y la higiene son, tal vez, las más básicas. Negarle cualquiera de ellas sería una negligencia alejada de la idea que pretendemos transmitir.


   Otra de las necesidades del bebé indicada por los expertos es la seguridad básica, que incluye la forma en que el recién nacido percibe el mundo que le rodea y del que depende completamente en los primeros días de su vida. Del modo en que sea atendido en sus necesidades biológicas y emocionales dependerá, en buena medida, el grado de confianza que empezará a desarrollar en la posibilidad de obtener del mundo la satisfacción de sus deseos y necesidades, partiendo de la alimentación como primera de ellas, mas sin relegar a un lugar peor el imprescindible respeto.
Querer no es poder
   Hacia el final de su primer año, aparece la necesidad de poner los primeros límites a ciertos deseos del pequeño. Sus nuevas capacidades, como la de poder acercarse por sí mismo a determinados sitios o la de reconocer objetos de su entorno e incluso pedirlos a los mayores, no le proporcionará únicamente satisfacciones. La diferencia entre el querer y el poder le provee de nuevas frustraciones, como cuando pretende acercarse a la barandilla de un balcón o al fuego de la cocina y se encuentra con nuestra negativa, necesaria para protegerle de peligros domésticos. Conviene, pues, estar preparados para decirle “no” sin exaltarnos ni agredirles -gritar sin necesidad es una forma de agresión-, y apartarle del peligro si es preciso.
   No obstante, en aquellas ocasiones en que suceda algo inesperado -la imaginación de los pequeños es capaz de poner a prueba toda nuestra capacidad de previsión-, lo fundamental será actuar rápida y serenamente, sin tratar de justificar brusquedades de ningún tipo,


Díselo hablando: te entenderá mejor

    Cuando nuestro hijo empieza a decir sus primeras palabras, podemos usar el lenguaje para ir poniendo límites razonables a su conducta.
   Además, la vida ya se habrá encargado, en los primeros dos años, de enseñarle que muchos de sus deseos no son siempre satisfechos, debiendo aceptar una realidad que se le impone, por ejemplo, cuando empieza a ir a la guardería.
   Pero esto requiere que estemos dispuestos a aguantar, en ciertas ocasiones, sus negativas iniciales en forma de llanto. Saber responder a su impaciente cabezonería con decisiones razonables o condicionadas es tan importante como atender adecuadamente al resto de sus necesidades. De este modo, el niño de dos años debe ir aprendiendo
a lavarse las manos antes de comer, le parezca bien o no, ir a la cama a una hora adecuada a su edad, etc. Por contra, ceder sin justificación si el niño se opone, no hará más que dificultar su proceso educativo.
   En general, habituarles a una serie de rutinas y darles cierto margen de elección les servirá para superar esta dura etapa que dará lugar, como decíamos, a otra mejor: la de los tres años. A esta edad, ya habremos hecho todo un trabajo frustrador no exento de cariño, respeto, ternura, cuidado y comprensión. Entonces, el niño habrá conocido ya la seguridad de nuestra cercanía y disponibilidad y la libertad para hacer algunas cosas por sí solo.
   Debemos reiterar que de poco sirve actuar bien respecto al niño si nuestro ejemplo contradice los mensajes que le transmitimos. Además, los padres debemos tratar de ponernos permanentemente en la piel del niño para cubrir adecuadamente sus necesidades.

Límites razonables del juego y la fantasía

   Con tres años, nuestro hijo sabe comunicarse verbalmente...y jugar, sobre todo jugar, usando una desbordante fantasía que, con el paso de los años, se transformará en imaginación y creatividad, tan necesarias para un mundo en constante transformación.
   En sus juegos, refleja los modos en que nosotros nos relacionamos, haciendo hablar a los muñecos o teatralizando escenas inventadas. Siempre que estén dentro de los límites que dicta el sentido común, deberemos permitir que recree de este modo nuestro mundo. Si no lo hacemos, estaremos malcriando a niños que se transformarán en adultos inhibidos e inseguros.
   Acostumbrarles, por otra parte, desde muy pequeños a hacer una cosa cada vez -comer tranquilamente y .ver la tele sin comer, por poner dos ejemplos cotidianos- también nos evitará tener que frustrarles a cada momento.

¿Qué se preguntan a los 4 años?
   Cuando nuestro hijo cumple los cuatro años, su incesante capacidad de interrogarse por todo lo que pasa por su inquieta mente nos obliga a prepararnos para responderle correctamente. Tenemos que adecuar las respuestas y frustraciones a sus necesidades y posibilidades de comprender y de comunicarse. Es más importante permitirle confiar en que encontrará respuestas a sus preguntas que ignorarlas o incluso enfadarnos por su aparente inoportunidad. Así, si nos pregunta por las partes del cuerpo más íntimas, convendrá contestarle honestamente, llamándolas por su nombre correcto.
   Eso sí, es hora de que el niño realice avances por sí solo, aunque con nuestra supervisión. Rara vez hará falta estar encima de él, pues ya se encargará de que cumplamos con tal faceta. Sólo debemos evitar dos cosas: descalificarle en modo alguno cuando cometa errores y asumir la iniciativa o hacer incluso nosotros mismos sus tareas. Con esto lograremos que tenga autoestima y sea tolerante con los errores, además de fomentar su autonomía y seguridad en sus propias capacidades.


Pablo y Patricia: frustración con estilo
   En general, el estilo educativo más adecuado es el “democrático”, es decir, afectuoso, interesado por los asuntos de nuestro hijo, exigente en el respeto a las normas de convivencia y desempeño, rara vez castigador, favorecedor de la autonomía personal sin transgredir las reglas, tratando al pequeño como interlocutor y no como subordinado en los temas que le incumben, con una actitud abierta, receptiva, comprensiva y de aceptación incondicional.
* Pablo es un niño de cuatro años que quiere que su papá le haga todos los dibujos para colorearlos él. Su papá decide, con buen criterio, ofrecerle la posibilidad de hacerle un dibujo por cada uno que haga él solo. Días después, le ofrece colorearle alguno y, más tarde, le pide que por favor le haga un dibujo coloreado para enmarcarlo y adornar una habitación.
   Este es un ejemplo en el que se usa la frustración de un deseo para facilitar el desarrollo autónomo del niño, y que, por cierto, funcionó.
* Patricia, sin embargo, tiene cinco años y dibuja como Picasso, lo que le ha hecho creer que todo dibujo que se haga en casa ha de llevar, al menos, su “cotizada” firma. Para ello, pretende completar los dibujos de su hermano Pablo, a quien le viene bien la confianza de Patricia. Nuevamente interviene el padre, invitando
a Pablo a terminar su dibujo y a Patricia a enseñarle a su hermano a escribir su primer apellido junto a su propio nombre, que deberá escribir él mismo en un ángulo de la hoja.
Así, todos contentos.

 

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